Creo que no tengo ninguna duda de que prácticamente el 100% de los ilustradores que empezamos en el mundo profesional de la Ilustración somos INCAPACES de rechazar proyectos o clientes. Por muy mal que nos paguen o traten y sea un absoluto infierno, estaremos dispuestos a tragar mierda antes que soltar el temido "No".
Y es completamente normal. Ya bastante cuesta encontrar trabajo de esto como para ir rechazando los pocos encargos que nos llegan. Yo he sido de esas en alguna ocasión pero con el tiempo he aprendido a valorar mi trabajo, mi tiempo y sobre todo valorarme a mi misma. Sin embargo, al principio da miedo: miedo por si la estamos cagando, miedo a que no nos salgan más proyectos, miedo a que hablen mal de nosotros y un largo etc.
Pero créeme, decir NO en ciertas circunstancias solo te va a traer cosas positivas en el presente y a largo plazo.
En este artículo de hoy, quiero compartir una experiencia propia de mi primer año como ilustradora que me sacudió bastante emocionalmente, pero que me sirvió de gran aprendizaje.
Pues allá voy:
Como ya he dicho, pasó durante mi primer año trabajando en ilustración editorial. Para ese entonces, yo ya había publicado mi primer libro en la colección El Barco de Vapor de grupo SM.
Pues bien, una mañana, recibí un correo de la directora de arte de una editorial (no diré nombres) muy reconocida. De las más grandes y prestigiosas que existen. Una de esas editoriales a las que todo ilustrador nos gustaría tener al menos un libro publicado.
En el mail me proponía ilustrar un álbum para niños escrito por una autora muy conocida también. Vamos, que a primera vista pintaba a Proyectazo del año. Pero no todo lo que reluce es oro... Cuando seguí leyendo y llegué a la parte donde especificaba las condiciones económicas...todo mi entusiasmo cayó en picado.
Me proponían 1,800€ de avance, lo cual no está mal pero tampoco está genial, (recordemos que era y es una de las editoriales más grandes que hay) podrían pagar muchiiiisimo mejor. Pero lo que realmente me mató fue el porcentaje de royalties. Me ofrecían un 2%. Un miserable 2% para un álbum ILUSTRADO donde hay tres o cuatro líneas de texto por pagina y el resto son ILUSTRACIONES.
A ver, mi intención aquí no es infravalorar el trabajo de los escritores, para nada, pero hay que ser realistas. La carga de trabajo que tiene un ilustrador es muy grande. Y pienso que se nos debería de valorar muchísimo más, ya no solo económicamente, sino en todos los aspectos.
Para empezar, que empiecen a reconocernos como Autores. Es erróneo cuando se refieren al escritor como el Autor del álbum y al dibujante se le dice que solo es el "ilustrador". ¡Y en muchas ocasiones ni siquiera mencionan tu nombre! Eso ya es para pegarse un tiro.
Tanto escritor como ilustrador son Autores por igual. Uno por ser el creador de la historia y el otro por contarla a través de sus imágenes, usando su propio lenguaje visual y plasmando todo su mundo interior.
No olvidemos que los ilustradores, cuando elaboramos un álbum ilustrado, explicamos cosas que no aparecen explícitas en el texto. Que aportamos un valor añadido a la historia muy necesario para que la obra acabe de hacernos vibrar y transmitirnos las emociones que queremos. Que texto no puede vivir sin dibujo y viceversa. Que se complementan a la perfección y unidos forman una pequeña obra de arte.
Ojo, yo estoy refiriéndome al formato de álbum ilustrado, no a todos los libros en general. Porque sí que es cierto que hay libros donde el texto tiene mucho más peso y las ilustraciones sirven solo para decorar o enriquecer la historia.
Hace poco leí un artículo que trataba precisamente sobre este tema. Me sorprendió su atrevido título (puesto a propósito para llamar la atención) y la verdad que me pareció super interesante y acertada la manera en cómo lo explicaba. Y como no me quiero desviar del tema, te dejo su artículo aquí por si te apetece seguir profundizando en esto. ¡Merece la pena!
Volvamos a mi historia.
Total, que como buena ilustradora novata infravalorada que era, acepté. Bueno, antes de aceptar le respondí al mail diciéndole que las condiciones me parecían algo bajas, pero ella se limitó a contestar que son las tarifas de la editorial y que nunca pagan mas de eso a los ilustradores.
Y entonces acepté, a regañadientes por dentro, pero acepté. Y a partir de ahí empezó la pesadilla.
Para empezar, no firmamos contrato nada más comenzar a trabajar. ERROR. La condición que me puso fue, que hasta que no me dieran el Ok al boceto de la cubierta no formalizaríamos el contrato. Jamás hay que aceptar eso. Si te han elegido a ti para ilustrar un cuento, firmas contrato al empezar y punto. Porque después van pasando los días, puede quedar en el olvido, te pueden dar largas... Y al final acabas currando sin contrato y si después, por cualquier cosa pasa algo, no vas a poder reclamar nada porque no habrá nada por escrito.
Así que, antes de empezar, hay que firmar un acuerdo SIEMPRE.
Dicho esto, sigo con la historia.
Me pasaron un manuscrito para que fuera trabajando en la cubierta. A los poco días yo ya tenia un boceto que me convencía bastante y se lo envié. Tardó bastante en responder y, cuando por fin lo hizo, me dijo que gracias por el boceto y que ya se lo mirarían.
Por cierto, no lo he mencionado antes, pero todo esto empezó a suceder a mediados de abril y la fecha de entrega era en Julio.
Días mas tarde, me envió otro mail diciendo que la editorial y la escritora habían decidido darle una vuelta al texto y que ya me daría un nuevo aviso cuando estuviese todo cerrado.
Pues bien, pasaron nada más y nada menos que 30 días hasta que volví a saber de ellos. Incluso pensé que habían cambiado de ilustrador y todo. Perdí exactamente todo el mes de mayo. Pero durante ese tiempo yo no me quedé de brazos cruzados. Con el manuscrito que me envió al principio, decidí hacer bocetos y elaborar una especie de premaqueta. Quien sabe, igual de todo eso se podría aprovechar algo.
Cuando volvió a contactar conmigo y me pasó el nuevo manuscrito aluciné. Porque era casi igualito que el primero. Tan solo habían cambiado alguna que otra palabra, un par de frases y añadido algo extra al final pero poco más. ¿De verdad se necesitaba todo un mes para esos miserables cambios? En fin.
Eso no fue todo. Me dijo que la escritora había visto el esbozo de la cubierta y que no le acababa de hacer el peso. Que le parecía muy literal y que quería algo más onírico. Además, me adjuntaron varias ilustraciones de otros autores para que yo hiciera algo del estilo en la portada... Y por último, me hicieron cambiar el diseño de los personajes.
Yo le comenté que había estado trabajando igualmente todo ese tiempo basándome en el primer borrador y que tenia todo el libro abocetado. Como el texto apenas había cambiado tuve la ingenua esperanza de poder salvar todos o casi todos esos bocetos. Pero no fue así. Me lo hicieron cambiar prácticamente todo. Y no solo eso, me redactaron una lista de lo que querían que dibujara exactamente en cada página.
Ahí empecé a mosquearme de verdad. Porque no es así como funciona en el álbum ilustrado. Como ya he dicho más arriba, es fundamental que el ilustrador tenga voz propia a la hora de dar su versión de la historia. Que te ordenen lo que tienes que dibujar es antinatural. Una cosa es pedir que cambies algunos detalles, otra bien diferente es que te lo tiren todo por el suelo y te exijan que lo empieces todo desde 0 siguiendo sus directrices. Además, había muchos cambios con los que yo no estaba de acuerdo... Cosas que iban en contra de mi criterio y así, es muy difícil hacer un buen trabajo.
Y te preguntarás, ¿Y qué hay de los plazos de entrega? Pues no me dieron mucho más tiempo para realizar todos esos cambios. Tenía hasta mediados de Agosto, pero que si lo podía tener antes mejor. O sea, que mientras ellos se marchaban de vacaciones yo me tenia que quedar pringando por culpa de su jaleo con el manuscrito, ¿no?
Fueron unos días de mucho dolor de cabeza y ansiedad. A cada correo que recibía me exigían nuevos cambios... Y cuando vi el percal que se avecinaba, le dije que me sabía muy mal pero que yo ya no estaba dispuesta a seguir, que no era la persona adecuada para ese proyecto y que me retiraba. Total, no había ningún contrato firmado así que no tenia ningún compromiso con ellos.
Y me empezó a llamar al teléfono día sí día también. Recuerdo que me dijo cosas como: "Todos estamos encantados con tu trabajo, incluso el equipo de marketing ha visto tus bocetos y les encanta". Ahí está el problema, que en una editorial de tales dimensiones hay demasiadas personas que valoran, juzgan y dan su opinión sobre tu trabajo. Y siempre habrá algo que no les convencerá del todo y te harán cambiar hasta el más mínimo detalle.
Paralelamente a esto, me estaban entrando más proyectos editoriales a los que dije sí a todos y la faena aumentó el triple. Tenia muchísima ansiedad y ya no sabía qué hacer. Recuerdo que me vi tan bloqueada, que hasta pedí auxilio a un profe al que le tengo mucho cariño de mi antigua escuela y, lo primero que me dijo en nuestra conversación telefónica fue: "Huye".
Y eso traté de hacer.
Estaba claro que no iba a funcionar. Es que ya no tenia ni ganas ni ilusión de seguir con ese proyecto. Así que me armé de valor y le escribí un mail contundente.
Y hasta aquí voy a contar porque ya se está alargando demasiado este artículo. La semana que viene publicaré la Parte II de esta historia, donde contaré cómo acabó todo este embrollo y reflexionaré sobre varias cositas.
¡Hasta la próxima!
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